miércoles, 12 de octubre de 2011

Moscas


Se alza un beso en las tinieblas
agarrando al estropicio de la cintura
y, masticando los despojos de la luna,
deja que el tiempo se pierda.
--
Coleccionables las espaldas
volteadas que escaló
desde la calma y el calor
de tus horas contadas.
--
Comienza el desembarco en las esquinas
que alojaban mis armas desde que abrí
las nubes en los lluviosos días de abril
y mueren, en Otoño, con las hojas de encina.
--
Se hacen mierda las pupilas
de mirarse las dudas,
de escarbar en la tundra,
porque mentir ya no se estila.

martes, 28 de junio de 2011

Insomnio


Tres de la madrugada en mi reloj,
y yo queriendo hacer poesía
de esos fantasmas del pasillo
que se retuercen y me espían.

martes, 21 de junio de 2011

Revolución


Esposado de pies y manos, bajé la cabeza en un signo inequívoco de sumisión. Permití que, año tras año, me golpeasen con sus apestosos fajos, pues abrir los ojos y encarar a tu amo es un precio bastante alto que se paga con ignorancia, ese pozo sin fin de felicidad del todo a cien, esa absurda sensación de bienestar, de egoísmo inocuo y mercantil; inexistente.
Con los puños apretados fui recolectando todos los golpes recibidos transformándolos en rabia, en fuerza revulsiva. Y lo conseguí. Las esposas que aprisionaban mis manos se rompieron y se hicieron añicos. No me importó sacrificar todo mi almacén de estupidez y borreguismo.

Ahora, por fin, se convirtió en una lucha más igualada. Y venceré, lo sé.

domingo, 5 de junio de 2011

Desgarrador


Atravieso la frontera del sudor que nos separa y nuestros reinos ya son uno. Nuestra voz ya no se escucha, si es que aún nos queda. Solo nosotros. Solo tú. Solo yo.
Ya no seguimos el ritmo. Por fin amanece. Por desgracia. Sólo queda el cansancio, tu voz, mi música, mi nube difuminada, y la envidia del aire que nos rodea.

Mi mundo.

jueves, 2 de junio de 2011

Mar de hierro



Era una mancha en medio del cielo azul esa inseguridad que le embargaba, la que hizo temblar su pulso, cuchillo en mano. No quería hacerlo, pero lo hizo.
Cerró el puño y parpadeó continuamente. Miró a su alrededor, confuso.
Su sangre, en el suelo, tomó la forma de un inocente corazón y con su dedo dibujó dos iniciales. Las letras temblaban.
Y voló. Nunca estuvo más cerca del suelo, pero voló.
Desplegó sus alas de plástico al ver un atisbo de libertad y no dudó. Creyose libre en un océano de dudas amargas y saladas, un mar de hierro.
Como un relámpago, su nombre surcó el cielo entre admiraciones y cortó sus nuevas alas.
Pasaron unos minutos, vagando entre olas de dolor. Y muchos brazos con sus manos cogían a puñados su libertad entre gritos de esperanza. Pero él quería ser libre.
Su cuerpo viajó a gran velocidad, entre luces y ruido. Hasta que todo quedó en silencio.
Pero su mente seguía en ese mar de hierro. Se aferró a él. Quiso ahogarse en él, empaparse de libertad. Buceó por ese océano apartando las dudas más profundas, esas que no se ven pero están ahí, que habían adquirido forma de algas desaliñadas.
Y cuando ya no había dudas, ni vuelta atrás, cuando todo estaba despejado, lo entendió. Ese mar siempre estuvo dentro de él, manteniéndole con vida.

miércoles, 1 de junio de 2011

Fragmentos



[...Una tarde de otoño imposible de olvidar. Las hojas caían; el calor daba paso al frío; el cielo estaba claro, demasiado azul, y el sol aún no se escondía detrás de las montañas. Y mi vida se destruía junto a la tuya.]

[...Pasaron unos minutos hasta que tu corazón dejó de latir. Unos minutos angustiosos, eternos, en los que no paraba de repetir cuánto te amaba. Te veía con los ojos cerrados, con una extraña sonrisa, y mis lágrimas paseando por tu cara. Nunca olvidaré tus últimas palabras: ‘Todo irá bien’. Fue la primera vez que me mentiste. Y la última vez que te vi.]

jueves, 26 de mayo de 2011

El final



Luchó toda su vida por la libertad y, cuando la tuvo, se sintió más preso que nunca.

miércoles, 13 de abril de 2011

Tú y yo



¿No entiendes que tú eres yo? No existe un nosotros, yo no creo en esas baratijas que nos venden por la calle. Existe un tú y yo. Con una hermosa y fehaciente conjunción copulativa (ah, dichosa ironía) entre medias. Pero inseparables. Y eso es lo bonito. Separados pero inseparables.
Hagas lo que hagas, yo también. Nosotros no. Tú y yo. Inseparables.

miércoles, 6 de abril de 2011

Autobiografía demostrativa de la mediocridad de mi ser


Dos palomas, con sus enfermedades,
me acompañan indecisas
haciendo de mí, taciturno,
una imagen apocalíptica.

Adorno, cada otoño, mi tumba
con las mejores hojas secas,
con clavos, con cuchillos,
con relatos y poemas.

La canción de mi vida
la cantan miles de fracasados
al unísono, como imbéciles,
obnubilados y amargados.

Me asquea la sinrazón,
la estupidez, la desidia;
los cerrojos que se empeñan
en cerrarme las heridas.

Rechazo, casi instintivamente,
cualquier atisbo de poder,
cualquier gota de miel
enriquecida con tu fe.

¿Para qué quiero
toda esa mierda
si, al final del camino,
nada de eso queda?

martes, 5 de abril de 2011

El retorno


Soñó toda su vida con este día, para evitar que llegase.

jueves, 17 de marzo de 2011

¡Salud!


Levanta la copa, idiota.
Y, como vuelva a escucharte
decir que la vida es injusta
por no favorecerte,
no te serviré de nuevo.

Levanta la copa, compañero.
No me importa si celebramos
el mismo acontecimiento
o si nos odiamos sin saberlo
bajo sonrisas fingidas.

Levanta la copa, estúpido.
No pierdas el tiempo,
que ahorrarías en tu ataud,
con problemas de ceniceros.
No te haré un funeral digno.

Levanta la copa, amigo.
Si el mundo conspira
contra ti es porque
sabe tu nombre.
Guíñale un ojo.

Guíñale un ojo
y sigue adelante,
no pierdas tu tiempo
en ofender a un contrincante.
Dedícate a vencerle.

martes, 8 de marzo de 2011

Carbón



Dedicó toda su vida a escribir su biografía y, cuando hubo acabado, notó que no había vivido.

jueves, 3 de marzo de 2011

El viaje



Tras varias horas de ruta, en una de esas carreteras comarcales sin demasiado tráfico, encontré una esbelta figura femenina al borde de la carretera, mochila en hombros, dedo en alza. Yo no estaba por la labor de permitir que una desconocida entrase en mi coche. Nunca lo he estado, y precisamente esta no sería la primera vez que dejase atrás a alguien que necesitaba de mi caridad. Pero un día es un día. Aminoré la marcha hasta parar, a unos 20 metros por delante de la damisela en apuros.

Por la prisa y el poco tiempo que tardó en asomar por la ventanilla de copiloto, deduje que no eran precisamente cinco los minutos que había estado esperando a que algún alma caritativa, como yo, parase a socorrerla.
Me contó, después de agradecérmelo hasta la saciedad, que había tenido que recurrir a esa situación por una mala planificación y unos compañeros indeseables de viaje. Pero lo contaba con una sonrisa radiante. También me dijo su nombre; Selena.

Por mi parte, le conté que el motivo de mi viaje era simplemente inquietud personal,  y que mi destino era Huelva, más concretamente las marismas de Odiel, por varios motivos; mi labor de fotógrafo para una revista de naturaleza, y porque tenía amistad con un viejo que vivía en Gibraleón.
Se la veía exhausta, pero atendía a cada palabra que iba diciéndole como si se le fuera la vida en ello, con casi más entusiasmo que un niño en víspera del día de Reyes. Ella viajaba a Sanlúcar la Mayor, en Sevilla. Casi en ruta con mi destino. 

La conversación continuó muchos kilómetros. Era, francamente, adorable. Me contaba muchos aspectos de su vida que uno no suele contarle al primero que se cruza, pero imagino que vio en mí a alguien decente –no en vano fui el único que paró a rescatarla- en quien confiar. Varias de sus anécdotas me hicieron carcajear, otras me emocionaron hasta el borde del llanto. Supe de sus labios que un chico la dejó plantada en el altar dos años atrás. También que adoraba los paseos por la montaña y el senderismo, y que tenía en un pedestal a Kutxi Romero. Cuál fue su sorpresa al ver cómo mi mano arrastraba desde la guantera hasta el reproductor un disco de Marea. Casi me come. Esta chica ganaba por momentos.

Mientras ella tarareaba alguna de las canciones, decidí hacer una parada de descanso:

-Te invito a un café.

De nuevo millones de agradecimientos. No pararon hasta que los cafés y las tostadas estaban en la mesa. 

-No me has contado mucho de ti. –Dijo entre sorbos-.

Me encogí de hombros. Es difícil explicarle a alguien el porqué de tu parquedad.

-Quizá porque no hay mucho que contar. Mi vida no es muy interesante; ni siquiera mis amigos me dejan tirado en un viaje.

Guiñé un ojo. Entendió la broma, gracias a los dioses.

Abrí un poco mi coraza interna y me esforcé en contarle pinceladas acerca de mi vida. Le conté todos mis viajes; cómo en la Charca de Suárez casi muero ahogado por culpa de un pájaro esquivo o cómo me quedé sin gasolina a medio camino entre Despeñaperros y Almuradiel y tuve que recorrer varios kilómetros a pie, en mitad de la noche. 

El tiempo volaba y, cuando quise mirar el reloj, era la hora de irse. Ya casi anochecía, y aún quedaban un par de horas de viaje -para ella-.
El rojo del sol, que además bañaba el terreno de un color cobrizo que contrastaba con el verde puro de las copas de los árboles, penetraba entre los cabellos claros de mi doncella. Fue en ese momento cuando vi por primera vez con claridad el color de sus ojos. Verdes. Intensos.
Creo que se percató de que la observaba, así que me apresuré y entré en el coche.

Las siguientes dos horas fueron las más rápidas de mi vida. Miraba constantemente la saeta del reloj, como esperando que de pronto se parase, y con ella el resto del mundo. No lo conseguí, pero que no se diga que no puse empeño.

Inevitablemente, tuve que asistir al rito de la despedida, de ver cómo se apeaba del trono que la había convertido por unas pocas horas en reina de mis delirios. Y con ella se fue el último azote de sol, colina arriba. Y mi sonrisa.

Hasta siempre, amiga.

martes, 1 de marzo de 2011

Visceral


Aquí estoy, arrastrando esta melancolía
por el papel de mis entrañas, escribiendo
en mi cuerpo la distancia que la causa.

Soy un maniquí del tiempo que existía,
un brazo del mar agarrando de la asa
del cielo, que resbala y cae de nuevo.

Una triste e insípida melodía
sin su piano. Un rey que muevo
sin su reina en este ajedrez sin fin.

Clamando por el resto de mis días:
Que alguien pare ese violín.

jueves, 24 de febrero de 2011

Vicisitud climatológica


En una extraña pirueta del destino, salí a la calle un día de sol con paraguas y me llovieron cientos de puñales en forma de palabras.

domingo, 20 de febrero de 2011

El refugio



A veces, suelo esperar a los días de viento. Entonces salgo al bosque solo para que los árboles me den la razón.

jueves, 17 de febrero de 2011

Esta noche haré una excepción


Yo no sé escribirle al amor
-ni mucho menos al verdadero-
pero esta noche haré una excepción.
Y la haré porque...

Las flores que recorren mil veredas
son ya tuyas sin pedirlas,
tiempo ha que las ganaste
en un concurso de sonrisas.

Sin trampas ni cartón-piedra
te descubres ante mí,
con la naturaleza en tus ojos,
y yo, con el corazón a mil.

Una vez amarrado a tus manos
suelo pisotear a Chronos,
que tarde en recuperarse
¿sabe, acaso, quiénes somos?

Y ya con esa libertad
poder perderme entre tus brillos,
no necesito mucho más;
solo besos y guiños.

Y que no se recupere nunca;
para mí siempre es pronto.
Que no se abran tus brazos,
que yo me quedo dentro.

Yo no sé escribirle al amor
-ni mucho menos al verdadero-
pero esta noche haré una excepción.
Y la haré porque te quiero.


miércoles, 16 de febrero de 2011

No les votes


No comentaré mucho más, solo me remitiré a www.nolesvotes.com
Tomad tres minutos de vuestro tiempo y leedlo. Luego recapacitad, y si estáis de acuerdo, ayudad a difundirlo. Podéis usar vuestro blog, vuestra red social favorita, etc. Cualquier medio es bueno.
También podéis echarle un vistazo a esto.

sábado, 12 de febrero de 2011

El peso de la verdad


Sentados, al borde del abismo y con sus brazos rodeándose, se juraron amor eterno. El cielo cambió de color. Ya anochecía su amor.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Amor


A pesar de las adversidades, ella nunca se rindió en su aventura de sobrevivir. Incluso sabiendo que no tenía escapatoria alguna, o, si acaso, una leve pero esperanzadora posibilidad de huir, su mirada emanaba esa melancolía propia de quien nunca renuncia, mezclada con el odio que campaba a sus anchas por la estrecha habitación.
Pasé un trapo por su frente para secar el sudor de la impotencia de no poder apenas moverse, de tener que tragar su voz. Ese grito mudo que rompía el silencio.
Yo intentaba no mirarla a los ojos, temía sucumbir a mis instintos más nobles, temía que acabara convenciéndome para dejarle huir.
Su mirada era cautivadora. No tuve más remedio que volver a mirarla, era imposible resistirse, y en ella hallé el verdadero motivo por el que matar, por el que morir. Por el que vivir.
Sus lágrimas no hacían más que embellecerla, recubriendo su azul más puro de un elixir único y fascinante. Estuve mirándola durante unos minutos.
Creo que yo también lloré. Siempre lo hago cuando esto ocurre, es cuando te das cuenta de lo que estás haciendo y su significado, pero ya no hay vuelta atrás. Ella no se dio cuenta.
Suspiré y miré el reloj. La noche se alejaba para dar paso a las primeras luces del día.
Mientras preparaba todo, a mi mente llegaron las imágenes fotográficas de cómo llegué a ésta situación.
Empezó meses atrás, cuando, al salir de un conocido local de mi ciudad, me crucé con ella. Su perfume me embriagó por completo, su imagen era la de una Diosa entre mortales. Recuerdo esa sonrisa, ahora desaparecida, acompañada de la melodía de su voz.
La seguí durante semanas, a todas horas y sin que ella lo notase. Fue tal la obsesión que dejé de alimentarme, apenas dormía, y no me comunicaba con nadie.
Un día, saliendo de casa, me crucé con un espejo. Detuve mis pasos y miré fijamente la imagen que reflejaba el cristal. Ese no era yo. Tenía los ojos hundidos, mis huesos marcaban cada parte de mi cuerpo y al intentar levantar un brazo para tocar mi rostro, las fuerzas me abandonaron y caí desmayado al suelo.

Abrí los ojos. Ya era de noche. Olía a sangre.
El espejo ya no estaba en su lugar, y en mi mano había trozos de él, incrustados en los nudillos.
La odié. La odié tanto que noté una presión enorme en mis sienes. Apreté los puños y los dientes. Estaba furioso.
Miré el reloj y vi que era exactamente medianoche. Sabía dónde estaba ella.
Apresurado, corrí hacia mi coche, dejando la puerta de mi casa abierta. No importaba.
Como supuse, la encontré a punto de llegar a su casa. Salí de la oscuridad y, por detrás, la agarré tapando su boca para evitar el inevitable grito. Me mordió una vez. La golpeé en la cabeza y cayó desmayada.
Al verla en el suelo, arropada con su propio cabello rubio, vi a una princesa muerta, inerte.
Como pude, la coloqué en la parte de atrás de mi vehículo y me alejé de allí con gran celeridad, para dirigirme de nuevo a mi hogar. Ahora no me importaba si alguien me veía.
La puerta seguía abierta, y al entrar encontré de nuevo los restos del espejo por el suelo. Tapé su boca con un trapo de cocina, y la até con una vieja cuerda que encontré en mi habitación. Después me senté a esperar a que se despertara, con mi revolver en la mano. Giré el tambor hasta familiarizarme con el cautivador sonido que emitía. Creo que pasaron unas horas.
De pronto, al sonido del tambor se añadió un leve gemido ¡Por fin había despertado!
Pude ver cómo abría los ojos lentamente, y cómo, al verme, intentaba gritar con todas sus fuerzas.
Yo la miraba en silencio, mientras ella intentaba entender y asimilar la situación. También pude ver la primera lágrima caer por su rostro. Creo que intentaba decirme algo.
-Mira en lo que me has convertido. – Le dije.
Ella negaba con la cabeza. Su desesperación aumentó al ver mi revolver.
Con una mirada triunfante, pues me sentía superior a ella, a una Diosa, acerqué el revolver a su cabeza.
Ella seguía negando con la cabeza, llorando más y más. Miraba al cielo como pidiendo ayuda. Se agitaba.
Me miró fijamente, sólo durante un segundo, pero me miró. La miré.
-No puedo seguir así, no quiero seguir así. – Dije
Sonreí y apreté el gatillo. Silencio.

...

lunes, 7 de febrero de 2011

Amigos imaginarios



A veces, por momentos, me siento extraño en este mundo. Una estúpida sensación, pues no hay nada más natural que ser parte de esta camada de seres autodestructivos adoradores de deidades varias, preocupados por la eternidad cuando aún no han llegado a fin de mes. Es en esos momentos en los que echo de menos tener también un amigo imaginario con super poderes para poder rogarle que baje de su ostentoso trono y nos extermine con sus propias manos, a modo de castigo divino. La de risas que me echaría si eso llegase a suceder.
Pero, a sabiendas de que eso nunca sucederá -pues, como digo, no poseo la capacidad de inventar algo tan grande-, sigo abriendo como platos los ojos mientras mi boca se arquea hacia un lado cuando llega a mis oídos alguna de estas noticias o anécdotas que rozan lo absurdo, pero que millones de personas adoptan como Padre -muy- Nuestro, sin siquiera cuestionar, razonar o, perdóneme usted, pensar sobre ello.
En clase, siendo niños, no deberían mandar, como tarea para casa, hacer dos multiplicaciones y cuatro restas. Primero deberían cerciorarse de que, al menos, y para poder aprobar, los niños pensasen cinco minutos al día. Luego ya que multipliquen.

Seguramente el mundo sería un lugar un poco mejor, y yo no me sentiría tan extraño determinados días.

viernes, 4 de febrero de 2011

El peso de los sueños



Y, una vez hecha la cama, no se volvieron a ver. Aquello solo fue un error. Nadie les dijo que estaban hechos el uno para el otro.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Laberinto


Intenté reunir fuerzas para decir lo que no debía, pero no pude. Me senté ante el laberinto hecho con el material con el que dañas y decidí no moverme.
No lo sabes, y parece que no te importa. Pero ahí me quedé. Días, semanas, posiblemente meses. Y no me moví.
¿Para qué entrar en ese laberinto si acabaría volviéndome loco buscando una salida?

De nada me sirve andar descalzo por las espinas de tus rosas, que un día son suaves y otros ásperas y cortantes. Ya escarmenté, pero no importa, soy un animal de costumbres. Ya volé y ya aterricé.
Y de nuevo ante ese laberinto sigo dolido.

Me volví de hierro, y le di a los demás mi caparazón. Sus daños y dolores son mis daños y dolores, pero los míos no son suyos. De nadie. Sólo míos y vacíos. Creo que es justo.

Me preocupé tanto por lo ajeno que olvidé lo propio y me olvidé. Y me olvidaron.
Y de nuevo ante ese laberinto sigo dolido, y olvidado.

Mi cabeza sigue alta, ella no entiende de qué hablo. Quizá me dañen, pero ellos no son dañados. Soy su escudo. Son mi lanza. Es lo más justo.
Uno por todos, y nadie para uno.
Golpéame, te seguiré queriendo; triste, dolido y olvidado.

martes, 1 de febrero de 2011

Febrero en la retina


Cáncer pulmonar en fase terminal. Con esas palabras, un lunes por la mañana, puedes empezar a hacer un dibujo de cómo será tu semana. La misma semana que esos seres con bata blanca decían que me quedaba de vida.
Con el escepticismo y desgana característicos de ese día de la semana, me incliné hacia la mesa desde donde el Doctor Fernández me hablaba y pregunté:
-¿Está usted seguro?
No alcancé a escuchar su razonamiento ya que su cara de incredulidad, parecida a la mía, fue más clara que sus palabras.
He de reconocer que mis primeros pensamientos en ese fatídico momento fueron de rabia; tenía entradas para un concierto de Roger Waters el mes que entraba.
De vuelta a casa, mi despiste casi me hace atropellar a otro animal, no sé si de dos o cuatro patas. Sonreí.
Ya en mi hogar, mi hijo me miró analíticamente, como si ya sospechase algo. Yo, sin embargo, dirigí mi mirada hacia él como el que dirige la mirada hacia un trozo de carne uniforme, antropomorfo y aún con vida; con indiferencia.
Mi señora esposa también se encontraba en la habitación, pero a ella ni la miré.
Encendí un cigarro con tranquilidad, mientras sus miradas claramente inquietas escrutaban mi cuerpo.
-Cáncer pulmonar en fase terminal.- Les jodí la semana.
Acto seguido di una calada para que tuvieran tiempo para pensar en cómo desolarse y cómo consolarme.
La materia cárnica me abrazó entre sollozos. Yo seguía fumando.
Y seguí, hasta que una buena tarde, cinco días después, la muerte me sobrevino, escondida entre el hielo del coñac. Por fin.

domingo, 30 de enero de 2011

El peso de la vida



El niño se despertó maldiciendo a aquel que, sin su permiso, entró en sus sueños y robó, de lo más profundo, su esencia.
Y creció, y nunca más volvió a soñar, cabreado con el mundo.

sábado, 29 de enero de 2011

Me duelen los ojos


Me duelen los ojos de gritar,
y despertar no es placentero,
'sólo un momento más',
ruega mi corazón traicionero.

El cielo es mi cárcel de cristal.
El sol es mi alimento.
La luna mi paraíso utópico.
Y mi ciudad es un desierto.

Me duelen los ojos de sentir,
donde abrir la boca es un suplicio
y me maniatan al escribir,
pensar se vuelve un sacrificio.

Con mi mano dibujo en el aire,
la mirada llorosa y sangre en mi piel.
Sigo la estela del viento con la vista
y me despista el color de su miel.

Me duelen los ojos de cerrarlos
y soñar... imaginando lugares,
rostros, voces, música...
Tus ojos tras los cristales.

Miro a las estrellas y suspiro,
no me importa llegar tarde,
me duele la voz de repetirlo:
No me esperan en ninguna parte.

miércoles, 26 de enero de 2011

Canción de cuna a un niño muerto


Por las grietas serpenteantes, dulce niño,
se respira la inocencia acongojada
de quien, pluma en mano, hace un cuchillo.

martes, 25 de enero de 2011

Luna


Mataré al sol de los muertos
para que no ilumine mi soledad mustia
en noches quebradizas con luz pálida,
transmitiendo su perdida angustia.

Destrozaré cualquier color apagado,
cualquier atisbo de incrédula fe.
Desataré cuerdas atadas por tristezas,
y las alas de tus miedos cortaré.

Represento lo que nadie representa,
y nadie entenderá jamás mis letras.
Un canto insensato a la libertad,
una oda absurda a ideas muertas.

Mataré al sol de los muertos
para borrar la melancólica esperanza
de su rostro y de su brillo gris bello,
amando su humilde ignorancia.

Seré testigo del placer agónico
de la muerte incauta y triste
de un cuerpo celeste sonrojado
por las palabras que dijiste.

Seré asesino eternamente
de sentimientos, de mi razón.
Sólo yo mataré a la luna.
Sólo yo.

domingo, 23 de enero de 2011

De la locura y de los gatos



Hora tardía. Y yo en mis pensamientos endebles, insulsos e inútiles. Tristemente necesarios.
La calle estaba vacía, solo un gato en el contenedor de basura dándose su atracón nocturno de mierda entorpecía la visión de la nada. Su figura esbelta y ágil me distrajo de nuevo. Cerré la ventana.
Un relámpago asqueroso me hizo saltar de la silla a la cama. La luz fue cegadora por unos momentos. La lluvia no se hizo esperar. Pensé en el gato.
En los auriculares, casi como en un susurro oculto a miles de kilómetros, una melodía insípida, fácil y repetitiva que me invitaba al suicidio. O al homicidio. Y en homicidios involuntarios, sutiles, inesperados o inconclusos, pensaba yo.
Quizás la línea que separaba al ser racional de un ser impertérrito y bravo la dibujó una persona mientras jugaba a jugar, divirtiéndose, ajena a las consecuencias. Soy un dibujo, un croquis; un boceto. Una delgada línea que bordea muchos caminos pero no pisa ninguno.
Y así me maltrato en las noches, sin más compañía que la más absoluta de las soledades. Frente a una hoja en blanco sitúo mi pelotón de fusilamiento y la destrozo hasta que no queda ni el más mínimo indicio de lo que una vez fue; algo vacío y con sentido. Algo útil.
Yo, en cambio, soy feliz pensando que mi utilidad trasciende entre mi cordura.
¿Dónde coño se habrá escondido ese gato? Escruté con mi mirada los alrededores del  cubo de basura, ya empapado, y no pude percibir el más mínimo atisbo de vida. Solo agua.
Después de dos minutos me convencí a mí mismo; el gato se había ido. Junto a mi cordura.

domingo, 16 de enero de 2011

Trilogía experimental de una despedida [III]



Tercer acto: Asfalto mojado.

Este mes que empieza
y no se acaba
y jamás terminará
porque este mes
será infinito y
en el infinito quedará

me quedé mirando
las estrellas que no miran
que no miras, porque
solo tienes ojos
para verme
casi (casi) como un resorte.

Era casi (casi) como una escena
de esas películas
que nadie ve
pero que todos aman,
como yo te amo,
incondicionalmente.

Hasta que todo terminó
y, como en las películas,
nadie quiso explicaciones.
Tu camino y mi camino
ya no eran algo de tierra y pequeño
sino autovías de carriles con camiones.

Tú viraste
y yo también.
No hacia el mismo lado
pero sí, sin entenderlo,
francamente, con el mismo
objetivo marcado.

Trilogía experimental de una despedida [II]



Segundo acto: Las súplicas.

Mierda.
No sabrás hoy ni mañana
-y puede que nunca-
las horas muertas que paso
intentando revivir las horas
contigo.

Que soy lo que quieras que sea,
no me importa. Seré lo que
nunca tengas si así
quieres vivir.
Pero déjame un lugar,
un espacio/tiempo, diminuto,
para compartir.
Algo a que aferrarme.

Me miras y frunces el ceño,
con voz de falsa arrepentida comentas que
no controlas tus deseos.
Yo tampoco, y aquí estoy.
Luego me abrazas. Fuerte.

Gracias.
Gracias por ese espacio/tiempo
-diminuto-. Luego me doy cuenta
de que quiero más, y te lo pido.
No me lo das, pero me guiñas el ojo.
Gracias.

Trilogía experimental de una despedida [I]



Primer acto: La llegada.

Bebías ginebra y fumabas.
El humo del cigarro me da asco, pero en tus labios no
era diferente a tu cabello.
Y tu cabello era santo y seña de mi pasión.
Llamé por su nombre a mis instintos
cuando tu voz quebró la escasa cordura,
ese hilo fino que enhebra mis sentidos,
llamándome 'desgraciado'. Te amo.
Y lo sabes.

Decidí que sonreir era adecuado. Entonces comprendí
porque siempre dices que me equivoco.
Y el golpe resonó en mis entrañas. Ay, cuánto te quiero.

Dicen que si repites mucho
una mentira acaba pareciendo verdad, y creo que es cierto.
Yo me repito a diario que soy tuyo
y que eres mía y que las luces del puerto
no son más que golondrinas deslucidas.
Quería colores claros en mi cueva
porque, aunque a oscuras no los viera,
sé que estarían allí, esperándome.
Y lo sabes.

jueves, 13 de enero de 2011

Amanecer



Y el día llegó, sin que tú y yo lo quisiéramos.
Alzó el vuelo el sol, mandó a la brisa mañanera
a despertar nuestros sentidos, que ya estaban dormidos,
cansados de mirarnos. Ya se escondió nuestra esfera.

Nuestra esfera ya se escondió, entre la inmensidad
del azul y rojo. Las montañas nos vigilan
y el temor ya se respira. Aún es temprano.
Dagas invisibles que a mi alrededor se afilan.

Y la muerte que nos daba la mano.

miércoles, 12 de enero de 2011

Inestabilidad



Siempre consideré su vida perfecta. Y por unos minutos, esos que compartía con ella de vez en cuando, también hacía la mía perfecta.
Supongo que es difícil determinar qué la hacía tan especial y por eso me desvelaba pensando en ello.
¿Su sonrisa? Era la bombilla de su rostro. La iluminaba, la encendía, me encendía. Cambiaba todo alrededor o, más concretamente, lo eliminaba. Decía que no le gustaba, pero obviamente mentía. Cosas de la modestia.
Yo asistía silencioso a ese espectáculo día a día, disfrutándolo sin hacerlo notar, provocando risas. Qué egoísta por mi parte.

Su cabello oscuro y brillante sólo destacaba si lo mirabas fijamente e imaginabas que eran flecos de una cortina de oro negro, que cubría la ventana hacia la libertad por la cual quieres escapar. Era difícil disimular ante eso, pero yo suelo ser bueno en esas cosas. A veces entre palabras me perdía para decirme a mí mismo que dejara de soñar. No me gusta hacerme notar.

Sus ojos eran demasiado expresivos. Sin preguntar podías intuir su estado anímico sólo mirándola a los ojos y preguntándote si eran de verdad. Eran grandes y oscuros. Grandes como su simpatía y alegría. Grandes como mis ganas.
Iluminados si reían... y más iluminados si lloraban. Suena cruel, pero me gustaba verla llorar. Su belleza no decaía, y se mantenía firme e imperecedera ante los tristes hechos que la acontecían.

Era genial mantener una conversación con ella, pues su aparente alegría se transmitía con una increíble velocidad, y sólo recordabas que era una mortal cuando soltaba esos grititos o esas palabras tan malsonantes.

Su corazón era grande, pensaba siempre en todos, sin olvidarse a ella misma, e intentaba hacer mejor la vida de los demás. Gozaba de una estupenda simpatía, aunque era pésima en la empatía. No importaba, no lo necesita.

Sus problemas serios –que los tenía, y mucho-, pasaban a un segundo plano ante los problemas típicos de adolescencia y amoríos baratos, y por eso me permito el no comentar nada de ellos, como ella hacía. Así su vida parece perfecta, y quiero pensar que lo es. Creo que lo merece.

Nunca me atreví a declararle mi amor, por temor a su reacción, o a la mía. Quizás hubiera sido conveniente, o quizás no. Me gusta vivir con la duda.
Nunca me atreví porque ella no quería eso, aunque luego no lo demostrara.
No. Nunca me atreví por miedo. Yo era demasiado inferior a ella. Y mi seguridad era muy inferior a mí.

Quizás su vida habría dejado de ser perfecta. No quiero cargar con ello.

martes, 11 de enero de 2011

3 notas


Todo era negro alrededor, el sonido de mis pasos se mezclaban con el de otros. Y el piano en la habitación de al lado. Dulce y sin ritmo.
Con cautela, me senté en el sillón podrido a escuchar. Parecía inmutable el silencio que allí reinaba, pero siempre aparecía ese piano, esos pasos.
¿Son producto de mi mente?

Conocía esa melodía, triste, lenta, con desgana. Una melodía que cautivaba pero que costaba seguir. Dolía.
Los agudos parecían taladrar la corteza de mi cordura, y los graves hacían temblar los cimientos de mi compostura.

Ese piano... no quería escucharlo.

Tocado por manos invisibles, parecía cada vez más cerca, casi con más violencia. Yo seguía sentado.
¿Había alguien ahí? Sin duda esos pasos no hacían más que inquietarme.

Una... dos... tres notas que volaban sin rumbo haciendo escala en mis oídos. 'Vete, por favor', alcancé a susurrar.

Los pasos cesaron, el piano cesó. Sólo alcancé a escuchar mi exaltada respiración, entremezclada con gotas de silencio, cuando un voz de ultratumba, quizás producto de mi imaginación, dijo una palabra. Sólo una.

'No'.