Lo primero es el verso,
y en él reposa el lamento
crónico de un viajero sin
barca en un río adverso.
Lo segundo es el deseo,
consciente de serlo,
de un mero proceso sutil
de profundizar en tu aleteo.
Por último el calvario
ante el suplicio que propicia
el buscar en su sonrisa
la manera de negarlo.
Son procesos llevaderos,
hojarasca de un paseo
que cruje en mi conciencia,
maldiciones de trileros.
Me ajusto la hipocresía
para aceptar lo que,
sin miedo a equivocarme,
yo jamás aceptaría.
Pero es rutina y sedimento
que, tras resignada quietud,
albergo, entre confuso y
aciago, en mis cimientos.