domingo, 23 de enero de 2011

De la locura y de los gatos



Hora tardía. Y yo en mis pensamientos endebles, insulsos e inútiles. Tristemente necesarios.
La calle estaba vacía, solo un gato en el contenedor de basura dándose su atracón nocturno de mierda entorpecía la visión de la nada. Su figura esbelta y ágil me distrajo de nuevo. Cerré la ventana.
Un relámpago asqueroso me hizo saltar de la silla a la cama. La luz fue cegadora por unos momentos. La lluvia no se hizo esperar. Pensé en el gato.
En los auriculares, casi como en un susurro oculto a miles de kilómetros, una melodía insípida, fácil y repetitiva que me invitaba al suicidio. O al homicidio. Y en homicidios involuntarios, sutiles, inesperados o inconclusos, pensaba yo.
Quizás la línea que separaba al ser racional de un ser impertérrito y bravo la dibujó una persona mientras jugaba a jugar, divirtiéndose, ajena a las consecuencias. Soy un dibujo, un croquis; un boceto. Una delgada línea que bordea muchos caminos pero no pisa ninguno.
Y así me maltrato en las noches, sin más compañía que la más absoluta de las soledades. Frente a una hoja en blanco sitúo mi pelotón de fusilamiento y la destrozo hasta que no queda ni el más mínimo indicio de lo que una vez fue; algo vacío y con sentido. Algo útil.
Yo, en cambio, soy feliz pensando que mi utilidad trasciende entre mi cordura.
¿Dónde coño se habrá escondido ese gato? Escruté con mi mirada los alrededores del  cubo de basura, ya empapado, y no pude percibir el más mínimo atisbo de vida. Solo agua.
Después de dos minutos me convencí a mí mismo; el gato se había ido. Junto a mi cordura.

1 comentario:

  1. ¡Uao! ¡Muy bueno! Muy filosofico, pero contado con mucha poesia!! Te sigo, vale?
    Pasate por mi blog si te hace!!

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