domingo, 30 de enero de 2011

El peso de la vida



El niño se despertó maldiciendo a aquel que, sin su permiso, entró en sus sueños y robó, de lo más profundo, su esencia.
Y creció, y nunca más volvió a soñar, cabreado con el mundo.

sábado, 29 de enero de 2011

Me duelen los ojos


Me duelen los ojos de gritar,
y despertar no es placentero,
'sólo un momento más',
ruega mi corazón traicionero.

El cielo es mi cárcel de cristal.
El sol es mi alimento.
La luna mi paraíso utópico.
Y mi ciudad es un desierto.

Me duelen los ojos de sentir,
donde abrir la boca es un suplicio
y me maniatan al escribir,
pensar se vuelve un sacrificio.

Con mi mano dibujo en el aire,
la mirada llorosa y sangre en mi piel.
Sigo la estela del viento con la vista
y me despista el color de su miel.

Me duelen los ojos de cerrarlos
y soñar... imaginando lugares,
rostros, voces, música...
Tus ojos tras los cristales.

Miro a las estrellas y suspiro,
no me importa llegar tarde,
me duele la voz de repetirlo:
No me esperan en ninguna parte.

miércoles, 26 de enero de 2011

Canción de cuna a un niño muerto


Por las grietas serpenteantes, dulce niño,
se respira la inocencia acongojada
de quien, pluma en mano, hace un cuchillo.

martes, 25 de enero de 2011

Luna


Mataré al sol de los muertos
para que no ilumine mi soledad mustia
en noches quebradizas con luz pálida,
transmitiendo su perdida angustia.

Destrozaré cualquier color apagado,
cualquier atisbo de incrédula fe.
Desataré cuerdas atadas por tristezas,
y las alas de tus miedos cortaré.

Represento lo que nadie representa,
y nadie entenderá jamás mis letras.
Un canto insensato a la libertad,
una oda absurda a ideas muertas.

Mataré al sol de los muertos
para borrar la melancólica esperanza
de su rostro y de su brillo gris bello,
amando su humilde ignorancia.

Seré testigo del placer agónico
de la muerte incauta y triste
de un cuerpo celeste sonrojado
por las palabras que dijiste.

Seré asesino eternamente
de sentimientos, de mi razón.
Sólo yo mataré a la luna.
Sólo yo.

domingo, 23 de enero de 2011

De la locura y de los gatos



Hora tardía. Y yo en mis pensamientos endebles, insulsos e inútiles. Tristemente necesarios.
La calle estaba vacía, solo un gato en el contenedor de basura dándose su atracón nocturno de mierda entorpecía la visión de la nada. Su figura esbelta y ágil me distrajo de nuevo. Cerré la ventana.
Un relámpago asqueroso me hizo saltar de la silla a la cama. La luz fue cegadora por unos momentos. La lluvia no se hizo esperar. Pensé en el gato.
En los auriculares, casi como en un susurro oculto a miles de kilómetros, una melodía insípida, fácil y repetitiva que me invitaba al suicidio. O al homicidio. Y en homicidios involuntarios, sutiles, inesperados o inconclusos, pensaba yo.
Quizás la línea que separaba al ser racional de un ser impertérrito y bravo la dibujó una persona mientras jugaba a jugar, divirtiéndose, ajena a las consecuencias. Soy un dibujo, un croquis; un boceto. Una delgada línea que bordea muchos caminos pero no pisa ninguno.
Y así me maltrato en las noches, sin más compañía que la más absoluta de las soledades. Frente a una hoja en blanco sitúo mi pelotón de fusilamiento y la destrozo hasta que no queda ni el más mínimo indicio de lo que una vez fue; algo vacío y con sentido. Algo útil.
Yo, en cambio, soy feliz pensando que mi utilidad trasciende entre mi cordura.
¿Dónde coño se habrá escondido ese gato? Escruté con mi mirada los alrededores del  cubo de basura, ya empapado, y no pude percibir el más mínimo atisbo de vida. Solo agua.
Después de dos minutos me convencí a mí mismo; el gato se había ido. Junto a mi cordura.

domingo, 16 de enero de 2011

Trilogía experimental de una despedida [III]



Tercer acto: Asfalto mojado.

Este mes que empieza
y no se acaba
y jamás terminará
porque este mes
será infinito y
en el infinito quedará

me quedé mirando
las estrellas que no miran
que no miras, porque
solo tienes ojos
para verme
casi (casi) como un resorte.

Era casi (casi) como una escena
de esas películas
que nadie ve
pero que todos aman,
como yo te amo,
incondicionalmente.

Hasta que todo terminó
y, como en las películas,
nadie quiso explicaciones.
Tu camino y mi camino
ya no eran algo de tierra y pequeño
sino autovías de carriles con camiones.

Tú viraste
y yo también.
No hacia el mismo lado
pero sí, sin entenderlo,
francamente, con el mismo
objetivo marcado.

Trilogía experimental de una despedida [II]



Segundo acto: Las súplicas.

Mierda.
No sabrás hoy ni mañana
-y puede que nunca-
las horas muertas que paso
intentando revivir las horas
contigo.

Que soy lo que quieras que sea,
no me importa. Seré lo que
nunca tengas si así
quieres vivir.
Pero déjame un lugar,
un espacio/tiempo, diminuto,
para compartir.
Algo a que aferrarme.

Me miras y frunces el ceño,
con voz de falsa arrepentida comentas que
no controlas tus deseos.
Yo tampoco, y aquí estoy.
Luego me abrazas. Fuerte.

Gracias.
Gracias por ese espacio/tiempo
-diminuto-. Luego me doy cuenta
de que quiero más, y te lo pido.
No me lo das, pero me guiñas el ojo.
Gracias.

Trilogía experimental de una despedida [I]



Primer acto: La llegada.

Bebías ginebra y fumabas.
El humo del cigarro me da asco, pero en tus labios no
era diferente a tu cabello.
Y tu cabello era santo y seña de mi pasión.
Llamé por su nombre a mis instintos
cuando tu voz quebró la escasa cordura,
ese hilo fino que enhebra mis sentidos,
llamándome 'desgraciado'. Te amo.
Y lo sabes.

Decidí que sonreir era adecuado. Entonces comprendí
porque siempre dices que me equivoco.
Y el golpe resonó en mis entrañas. Ay, cuánto te quiero.

Dicen que si repites mucho
una mentira acaba pareciendo verdad, y creo que es cierto.
Yo me repito a diario que soy tuyo
y que eres mía y que las luces del puerto
no son más que golondrinas deslucidas.
Quería colores claros en mi cueva
porque, aunque a oscuras no los viera,
sé que estarían allí, esperándome.
Y lo sabes.

jueves, 13 de enero de 2011

Amanecer



Y el día llegó, sin que tú y yo lo quisiéramos.
Alzó el vuelo el sol, mandó a la brisa mañanera
a despertar nuestros sentidos, que ya estaban dormidos,
cansados de mirarnos. Ya se escondió nuestra esfera.

Nuestra esfera ya se escondió, entre la inmensidad
del azul y rojo. Las montañas nos vigilan
y el temor ya se respira. Aún es temprano.
Dagas invisibles que a mi alrededor se afilan.

Y la muerte que nos daba la mano.

miércoles, 12 de enero de 2011

Inestabilidad



Siempre consideré su vida perfecta. Y por unos minutos, esos que compartía con ella de vez en cuando, también hacía la mía perfecta.
Supongo que es difícil determinar qué la hacía tan especial y por eso me desvelaba pensando en ello.
¿Su sonrisa? Era la bombilla de su rostro. La iluminaba, la encendía, me encendía. Cambiaba todo alrededor o, más concretamente, lo eliminaba. Decía que no le gustaba, pero obviamente mentía. Cosas de la modestia.
Yo asistía silencioso a ese espectáculo día a día, disfrutándolo sin hacerlo notar, provocando risas. Qué egoísta por mi parte.

Su cabello oscuro y brillante sólo destacaba si lo mirabas fijamente e imaginabas que eran flecos de una cortina de oro negro, que cubría la ventana hacia la libertad por la cual quieres escapar. Era difícil disimular ante eso, pero yo suelo ser bueno en esas cosas. A veces entre palabras me perdía para decirme a mí mismo que dejara de soñar. No me gusta hacerme notar.

Sus ojos eran demasiado expresivos. Sin preguntar podías intuir su estado anímico sólo mirándola a los ojos y preguntándote si eran de verdad. Eran grandes y oscuros. Grandes como su simpatía y alegría. Grandes como mis ganas.
Iluminados si reían... y más iluminados si lloraban. Suena cruel, pero me gustaba verla llorar. Su belleza no decaía, y se mantenía firme e imperecedera ante los tristes hechos que la acontecían.

Era genial mantener una conversación con ella, pues su aparente alegría se transmitía con una increíble velocidad, y sólo recordabas que era una mortal cuando soltaba esos grititos o esas palabras tan malsonantes.

Su corazón era grande, pensaba siempre en todos, sin olvidarse a ella misma, e intentaba hacer mejor la vida de los demás. Gozaba de una estupenda simpatía, aunque era pésima en la empatía. No importaba, no lo necesita.

Sus problemas serios –que los tenía, y mucho-, pasaban a un segundo plano ante los problemas típicos de adolescencia y amoríos baratos, y por eso me permito el no comentar nada de ellos, como ella hacía. Así su vida parece perfecta, y quiero pensar que lo es. Creo que lo merece.

Nunca me atreví a declararle mi amor, por temor a su reacción, o a la mía. Quizás hubiera sido conveniente, o quizás no. Me gusta vivir con la duda.
Nunca me atreví porque ella no quería eso, aunque luego no lo demostrara.
No. Nunca me atreví por miedo. Yo era demasiado inferior a ella. Y mi seguridad era muy inferior a mí.

Quizás su vida habría dejado de ser perfecta. No quiero cargar con ello.

martes, 11 de enero de 2011

3 notas


Todo era negro alrededor, el sonido de mis pasos se mezclaban con el de otros. Y el piano en la habitación de al lado. Dulce y sin ritmo.
Con cautela, me senté en el sillón podrido a escuchar. Parecía inmutable el silencio que allí reinaba, pero siempre aparecía ese piano, esos pasos.
¿Son producto de mi mente?

Conocía esa melodía, triste, lenta, con desgana. Una melodía que cautivaba pero que costaba seguir. Dolía.
Los agudos parecían taladrar la corteza de mi cordura, y los graves hacían temblar los cimientos de mi compostura.

Ese piano... no quería escucharlo.

Tocado por manos invisibles, parecía cada vez más cerca, casi con más violencia. Yo seguía sentado.
¿Había alguien ahí? Sin duda esos pasos no hacían más que inquietarme.

Una... dos... tres notas que volaban sin rumbo haciendo escala en mis oídos. 'Vete, por favor', alcancé a susurrar.

Los pasos cesaron, el piano cesó. Sólo alcancé a escuchar mi exaltada respiración, entremezclada con gotas de silencio, cuando un voz de ultratumba, quizás producto de mi imaginación, dijo una palabra. Sólo una.

'No'.