jueves, 6 de marzo de 2014

La cafeína del espíritu



Lo confieso. A veces he besado sin pensarlo. Casi sin quererlo. Hay fuerzas ocultas que oprimen mi libre albedrío, he de decir. También debo admitir que hay besos que no saben a beso, besos torcidos y besos martilleados. Besos que saben a puños.

La última vez que besé fue extraño. Un sabor casi amargo que embargaba el cielo de mi boca me insistía en que cesara, pero una lengua aviesa me convenció de lo contrario. No supe reaccionar y me dejé llevar. Sabía que algo más se escondía tras ese trasnochado sabor, que una figura me tomaba de la mano para llevarme a un lejano océano de dudas para ahogarme allí, que un deseo incontrolable por conocer, por saber, por explorar, se adueñaba de mi compostura, que la sed irrefrenable de festines copiosos se daba de bruces contra la fuente seca y el plato vacío. Destrozó el reloj, arrancó la saeta para arrojarla al abismo donde yace la humanidad; desmembrada y esquelética, y allí perdí mi tiempo y gané un segundo.

Como decía, no me gustó ese beso. Fue el mejor.

1 comentario:

  1. sin duda siempre habrá besos en nuestra memoria que nos han marcado mas que otros!

    un saludo

    Mery

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