domingo, 25 de agosto de 2019

L'appel du vide




A veces gritar no es una buena llamada de socorro. 
A veces el silencio no es más que una prueba palpable de los gritos del interior. 
A veces las sonrisas son el disfraz efímero de la inseguridad. 
A veces apartar a todo el que te rodea es una forma de no querer estar solo. 
A veces mirar al desafiante abismo te mantiene con los pies en el suelo.

Pero a veces, que diría Nietzsche, el abismo te devuelve la mirada.

jueves, 17 de enero de 2019

Enaltecimiento de la monotonía



Hace tiempo un borracho,
al que llamaremos Bukowski,
escribió 'el individuo bien equilibrado está loco'.

Y me encuentro, obcecada,
a la providencia coaccionando mi voluntad
y conduciéndola al abismo del destino,
donde reposan perpetuas las premisas
de una vida inconclusa y acelerada.

Y yo, impertérrito y anclado a una idea,
doy tumbos por las horas que me llevan al delirio,
que hace que olvide el camino y me olvide a mí mismo.
Eterno carrusel de un sólo día que abandonamos a medias.

Equilibrio de locos.

miércoles, 16 de enero de 2019

De axiomas y prescripciones



¿Recuerdas el viento martilleante
en la sien de tu estupor,
la sofocante asfixia de un paseo
por tus temblores de interior?

¿No es, acaso, la entereza
que apostilla tu rubor
la que, en esencia, titubeante,
convirtió al sensato en delator?

¿Te recuerdas, pues,
ante un silencio de rigor,
frente a un público extraño,
y con la voluntad del error?

martes, 15 de enero de 2019

El cebo



En la escalera
     viven los miedos
          que me atosigan.
                Y, bajo la cama,
                      las frases aquellas
                            que no se olvidan.

Ven a por ellas.
Ven a por ellas y no vuelvas.
Y, cuando cierres la puerta,
volverán.

martes, 8 de enero de 2019

Cuento del concepto



A veces, nuestro protagonista desearía que su estado de ánimo no se ajustara a un concepto cerrado y predefinido. Su mayor miedo es identificar su manera de sentir con una sola palabra que, de esta manera, evidencia que forma parte de lo común y no de lo excepcional; que en el conjunto de la humanidad él no está solo en su miseria. Siente la prisión del concepto, que a su vez deja libre al resto de matices que, huyendo, dejan mutilado el sentimiento en su más pura esencia, estigmatizándolo y prohibiéndole cualquier tipo de alteración.

Sin embargo, una vez aceptado -o acatado- el inevitable destino al que se enfrenta, su mayor angustia viene dada por la imposibilidad de delimitar qué lo atormenta más, si la inexorable realidad que le impide ser y sentir lo que nadie nunca fue o sintió, o la empatía incuestionable ante el que, antes que él, se vio en la misma situación de tragedia personal que imposibilitó su propia realización personal y fracasó en el intento.

Quizás nadie acotó ese sentimiento a un único concepto.

lunes, 7 de enero de 2019

Introducción al desconcierto


Hoy ya no,
pero mañana.
Sí, mañana.
Y me convenzo,
y me lo creo,
y creo que
ya no hay quien
se crea de los
resquicios el todo,
de mi voz el palabreo.


martes, 10 de febrero de 2015

Problema de autocomplacencia



[...] Y que un poema
no es saltarse renglones,
que un poema es
saltarse una vida.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Danza de un segundo


Lo primero es el verso,
y en él reposa el lamento
crónico de un viajero sin
barca en un río adverso.

Lo segundo es el deseo,
consciente de serlo,
de un mero proceso sutil
de profundizar en tu aleteo.

Por último el calvario
ante el suplicio que propicia
el buscar en su sonrisa
la manera de negarlo.

Son procesos llevaderos,
hojarasca de un paseo
que cruje en mi conciencia,
maldiciones de trileros.

Me ajusto la hipocresía 
para aceptar lo que,
sin miedo a equivocarme,
yo jamás aceptaría.

Pero es rutina y sedimento 
que, tras resignada quietud,
albergo, entre confuso y 
aciago, en mis cimientos.

viernes, 25 de julio de 2014

Luz blanca



Dijo no entre muchos síes
y en siete días creó el mundo
y lo llenó de dudas
y al pintarlo olvidó
que los humanos no sonríen.

jueves, 17 de julio de 2014

Olga, Sofía, tú y yo



Ella vive rodeada de hormigón y a veces sueña con el estatismo del que sufre, imagina un mundo amplio y verde en el que ella solo es espectadora neutral, anclada y, hundidas sus raíces en el negro suelo, se resigna. Su nombre solo le importa a cuatro personas y yo no soy una de ellas. Puedo llamarla Olga o Sofía. A ella no le importa. Sobrevive a duras penas a las veinticuatro horas del día, renace y decae. El ciclo del tormento, lo llama. No conoce otra vida porque no tiene cabida en sus sueños. Si sonríe es una anécdota y una hipocresía, pero de eso pecamos todos. Nadie la culpa de nada porque nadie cree que exista nada de lo que culpar, pero ella lo sabe todo. Conoce hasta el más mínimo detalle y movimiento, la responsabilidad de su desdicha. Su silencio tiene bordes dorados, y en las esquinas un marco sin cristales, ventanal hacia el deterioro. La indiferencia es de seda, teñida de azul, oscura y sonriente. Y los cuchillos son sus amigos.

Por la calle no la reconocerías por su forma de andar, por sus ojos tristes o por sus labios mal cuidados. Tampoco por el desánimo o los redundantes suspiros. Ni por las lágrimas. No. La reconocerías frente a un espejo, pero sería demasiado tarde.