martes, 8 de enero de 2019

Cuento del concepto



A veces, nuestro protagonista desearía que su estado de ánimo no se ajustara a un concepto cerrado y predefinido. Su mayor miedo es identificar su manera de sentir con una sola palabra que, de esta manera, evidencia que forma parte de lo común y no de lo excepcional; que en el conjunto de la humanidad él no está solo en su miseria. Siente la prisión del concepto, que a su vez deja libre al resto de matices que, huyendo, dejan mutilado el sentimiento en su más pura esencia, estigmatizándolo y prohibiéndole cualquier tipo de alteración.

Sin embargo, una vez aceptado -o acatado- el inevitable destino al que se enfrenta, su mayor angustia viene dada por la imposibilidad de delimitar qué lo atormenta más, si la inexorable realidad que le impide ser y sentir lo que nadie nunca fue o sintió, o la empatía incuestionable ante el que, antes que él, se vio en la misma situación de tragedia personal que imposibilitó su propia realización personal y fracasó en el intento.

Quizás nadie acotó ese sentimiento a un único concepto.

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