lunes, 20 de mayo de 2013
Capítulo XIX
Sombra incesante de versos añejos
que trepa en mi alma como enredadera
y pliega mis sueños de piedra y cartón
se cierne en lo ocuro de mis pensamientos
y acecha a sus presas desde aquel rincón.
Concilio de necios, arreglo de tontos,
y yo en la poltrona como mediador
de disputas sin dueño, de antaño
caricias que hoy saben a alcohol
destilado en promesas sucias de amor.
No tropiezo en el camino, soy la piedra.
En la refriega el batallón,
en desánimo el cansancio breve
de quien sufre sin razón
y muere descansado.
Amigo de las farolas que llevan
a ningún lugar, que alumbran
caminos que nadie nunca
llegará a pisar. Que tus brazos
apagados no se abrirán nunca más.
Corteza de la rabia contenida
teme al leñador y no al incendio,
quema la savia con las frases
que le sobran en los recuerdos,
que alimentan al fuego eterno.
Y la tormenta lo apacigua,
el agua acaba con sus dudas,
mira sus ramas y están rotas,
su corteza descosida.
Comienza la nueva vida.
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