Fue la noche. Oscura y vacía como tantas, triste y necesaria como pocas. Los pies pisaban como plomo el pavimento y un reguero de luces se mezclaban con el jazz en mis oidos. Un ritmo decadente que acababa en apagón. Un deseo marchito en aquella farola parpadeante. Una voz sin eco; verde, naranja, atrapada, que narraba mi andar como quien narra una derrota, como si el final fuese cercano y todos conocieran la película.
Yo acabado y con una vida por empezar. Sentado en el portal bebiendo un trago de algo que sabe a tristeza. Un potente enmudecedor de mi conciencia que a gritos pide escapar. No hay prisión que la contenga si olvidé las cerraduras en el bar. Si canté viejas canciones o si recordé tiempos pasados... no fui yo, fue el coñac. Fue la noche disfrazada, prostituta de la esencia; corruptora del alma. Besa con lengua al final.
No quise llorar, mas hubo lágrimas. Solo pude morir un poco más, acercar los dedos a la pútrida luna de hueso; consumir la energía de los besos.
No vi amanecer. Ya estaba muerto.
No quise llorar, mas hubo lágrimas. Solo pude morir un poco más, acercar los dedos a la pútrida luna de hueso; consumir la energía de los besos.
No vi amanecer. Ya estaba muerto.