miércoles, 9 de febrero de 2011

Amor


A pesar de las adversidades, ella nunca se rindió en su aventura de sobrevivir. Incluso sabiendo que no tenía escapatoria alguna, o, si acaso, una leve pero esperanzadora posibilidad de huir, su mirada emanaba esa melancolía propia de quien nunca renuncia, mezclada con el odio que campaba a sus anchas por la estrecha habitación.
Pasé un trapo por su frente para secar el sudor de la impotencia de no poder apenas moverse, de tener que tragar su voz. Ese grito mudo que rompía el silencio.
Yo intentaba no mirarla a los ojos, temía sucumbir a mis instintos más nobles, temía que acabara convenciéndome para dejarle huir.
Su mirada era cautivadora. No tuve más remedio que volver a mirarla, era imposible resistirse, y en ella hallé el verdadero motivo por el que matar, por el que morir. Por el que vivir.
Sus lágrimas no hacían más que embellecerla, recubriendo su azul más puro de un elixir único y fascinante. Estuve mirándola durante unos minutos.
Creo que yo también lloré. Siempre lo hago cuando esto ocurre, es cuando te das cuenta de lo que estás haciendo y su significado, pero ya no hay vuelta atrás. Ella no se dio cuenta.
Suspiré y miré el reloj. La noche se alejaba para dar paso a las primeras luces del día.
Mientras preparaba todo, a mi mente llegaron las imágenes fotográficas de cómo llegué a ésta situación.
Empezó meses atrás, cuando, al salir de un conocido local de mi ciudad, me crucé con ella. Su perfume me embriagó por completo, su imagen era la de una Diosa entre mortales. Recuerdo esa sonrisa, ahora desaparecida, acompañada de la melodía de su voz.
La seguí durante semanas, a todas horas y sin que ella lo notase. Fue tal la obsesión que dejé de alimentarme, apenas dormía, y no me comunicaba con nadie.
Un día, saliendo de casa, me crucé con un espejo. Detuve mis pasos y miré fijamente la imagen que reflejaba el cristal. Ese no era yo. Tenía los ojos hundidos, mis huesos marcaban cada parte de mi cuerpo y al intentar levantar un brazo para tocar mi rostro, las fuerzas me abandonaron y caí desmayado al suelo.

Abrí los ojos. Ya era de noche. Olía a sangre.
El espejo ya no estaba en su lugar, y en mi mano había trozos de él, incrustados en los nudillos.
La odié. La odié tanto que noté una presión enorme en mis sienes. Apreté los puños y los dientes. Estaba furioso.
Miré el reloj y vi que era exactamente medianoche. Sabía dónde estaba ella.
Apresurado, corrí hacia mi coche, dejando la puerta de mi casa abierta. No importaba.
Como supuse, la encontré a punto de llegar a su casa. Salí de la oscuridad y, por detrás, la agarré tapando su boca para evitar el inevitable grito. Me mordió una vez. La golpeé en la cabeza y cayó desmayada.
Al verla en el suelo, arropada con su propio cabello rubio, vi a una princesa muerta, inerte.
Como pude, la coloqué en la parte de atrás de mi vehículo y me alejé de allí con gran celeridad, para dirigirme de nuevo a mi hogar. Ahora no me importaba si alguien me veía.
La puerta seguía abierta, y al entrar encontré de nuevo los restos del espejo por el suelo. Tapé su boca con un trapo de cocina, y la até con una vieja cuerda que encontré en mi habitación. Después me senté a esperar a que se despertara, con mi revolver en la mano. Giré el tambor hasta familiarizarme con el cautivador sonido que emitía. Creo que pasaron unas horas.
De pronto, al sonido del tambor se añadió un leve gemido ¡Por fin había despertado!
Pude ver cómo abría los ojos lentamente, y cómo, al verme, intentaba gritar con todas sus fuerzas.
Yo la miraba en silencio, mientras ella intentaba entender y asimilar la situación. También pude ver la primera lágrima caer por su rostro. Creo que intentaba decirme algo.
-Mira en lo que me has convertido. – Le dije.
Ella negaba con la cabeza. Su desesperación aumentó al ver mi revolver.
Con una mirada triunfante, pues me sentía superior a ella, a una Diosa, acerqué el revolver a su cabeza.
Ella seguía negando con la cabeza, llorando más y más. Miraba al cielo como pidiendo ayuda. Se agitaba.
Me miró fijamente, sólo durante un segundo, pero me miró. La miré.
-No puedo seguir así, no quiero seguir así. – Dije
Sonreí y apreté el gatillo. Silencio.

...

5 comentarios:

  1. uffff
    escalofriante
    pero me encanta
    está perfectamente redactado, la historia te coge desde el primer momento. Sinceramente, es de los mejores relatos cortos que he leído últimamente! A mí también me gusta escribir, pero soy más de historia larga, me cuesta mucho escribir en breve.
    El tuyo está genial :)

    ResponderEliminar
  2. Ha sido genial :) me gusta tu blog, te he visto por el tuenti, te sigoO!!

    ResponderEliminar
  3. Me descubro una vez mas ante tan gran escritor. Me encantan las historias sobre obsesión y esta es excelente. Mi enhorabuena

    ResponderEliminar
  4. Me encanta tu blog. Espere que el mio te cause la misma sensación:
    http://xehif.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  5. INCREIBLE. Me tienes hecha una fuente..<=)
    Te sigo! un besiito

    http://mividaenpalabrasm.blogspot.com/

    ResponderEliminar