jueves, 24 de febrero de 2011

Vicisitud climatológica


En una extraña pirueta del destino, salí a la calle un día de sol con paraguas y me llovieron cientos de puñales en forma de palabras.

domingo, 20 de febrero de 2011

El refugio



A veces, suelo esperar a los días de viento. Entonces salgo al bosque solo para que los árboles me den la razón.

jueves, 17 de febrero de 2011

Esta noche haré una excepción


Yo no sé escribirle al amor
-ni mucho menos al verdadero-
pero esta noche haré una excepción.
Y la haré porque...

Las flores que recorren mil veredas
son ya tuyas sin pedirlas,
tiempo ha que las ganaste
en un concurso de sonrisas.

Sin trampas ni cartón-piedra
te descubres ante mí,
con la naturaleza en tus ojos,
y yo, con el corazón a mil.

Una vez amarrado a tus manos
suelo pisotear a Chronos,
que tarde en recuperarse
¿sabe, acaso, quiénes somos?

Y ya con esa libertad
poder perderme entre tus brillos,
no necesito mucho más;
solo besos y guiños.

Y que no se recupere nunca;
para mí siempre es pronto.
Que no se abran tus brazos,
que yo me quedo dentro.

Yo no sé escribirle al amor
-ni mucho menos al verdadero-
pero esta noche haré una excepción.
Y la haré porque te quiero.


miércoles, 16 de febrero de 2011

No les votes


No comentaré mucho más, solo me remitiré a www.nolesvotes.com
Tomad tres minutos de vuestro tiempo y leedlo. Luego recapacitad, y si estáis de acuerdo, ayudad a difundirlo. Podéis usar vuestro blog, vuestra red social favorita, etc. Cualquier medio es bueno.
También podéis echarle un vistazo a esto.

sábado, 12 de febrero de 2011

El peso de la verdad


Sentados, al borde del abismo y con sus brazos rodeándose, se juraron amor eterno. El cielo cambió de color. Ya anochecía su amor.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Amor


A pesar de las adversidades, ella nunca se rindió en su aventura de sobrevivir. Incluso sabiendo que no tenía escapatoria alguna, o, si acaso, una leve pero esperanzadora posibilidad de huir, su mirada emanaba esa melancolía propia de quien nunca renuncia, mezclada con el odio que campaba a sus anchas por la estrecha habitación.
Pasé un trapo por su frente para secar el sudor de la impotencia de no poder apenas moverse, de tener que tragar su voz. Ese grito mudo que rompía el silencio.
Yo intentaba no mirarla a los ojos, temía sucumbir a mis instintos más nobles, temía que acabara convenciéndome para dejarle huir.
Su mirada era cautivadora. No tuve más remedio que volver a mirarla, era imposible resistirse, y en ella hallé el verdadero motivo por el que matar, por el que morir. Por el que vivir.
Sus lágrimas no hacían más que embellecerla, recubriendo su azul más puro de un elixir único y fascinante. Estuve mirándola durante unos minutos.
Creo que yo también lloré. Siempre lo hago cuando esto ocurre, es cuando te das cuenta de lo que estás haciendo y su significado, pero ya no hay vuelta atrás. Ella no se dio cuenta.
Suspiré y miré el reloj. La noche se alejaba para dar paso a las primeras luces del día.
Mientras preparaba todo, a mi mente llegaron las imágenes fotográficas de cómo llegué a ésta situación.
Empezó meses atrás, cuando, al salir de un conocido local de mi ciudad, me crucé con ella. Su perfume me embriagó por completo, su imagen era la de una Diosa entre mortales. Recuerdo esa sonrisa, ahora desaparecida, acompañada de la melodía de su voz.
La seguí durante semanas, a todas horas y sin que ella lo notase. Fue tal la obsesión que dejé de alimentarme, apenas dormía, y no me comunicaba con nadie.
Un día, saliendo de casa, me crucé con un espejo. Detuve mis pasos y miré fijamente la imagen que reflejaba el cristal. Ese no era yo. Tenía los ojos hundidos, mis huesos marcaban cada parte de mi cuerpo y al intentar levantar un brazo para tocar mi rostro, las fuerzas me abandonaron y caí desmayado al suelo.

Abrí los ojos. Ya era de noche. Olía a sangre.
El espejo ya no estaba en su lugar, y en mi mano había trozos de él, incrustados en los nudillos.
La odié. La odié tanto que noté una presión enorme en mis sienes. Apreté los puños y los dientes. Estaba furioso.
Miré el reloj y vi que era exactamente medianoche. Sabía dónde estaba ella.
Apresurado, corrí hacia mi coche, dejando la puerta de mi casa abierta. No importaba.
Como supuse, la encontré a punto de llegar a su casa. Salí de la oscuridad y, por detrás, la agarré tapando su boca para evitar el inevitable grito. Me mordió una vez. La golpeé en la cabeza y cayó desmayada.
Al verla en el suelo, arropada con su propio cabello rubio, vi a una princesa muerta, inerte.
Como pude, la coloqué en la parte de atrás de mi vehículo y me alejé de allí con gran celeridad, para dirigirme de nuevo a mi hogar. Ahora no me importaba si alguien me veía.
La puerta seguía abierta, y al entrar encontré de nuevo los restos del espejo por el suelo. Tapé su boca con un trapo de cocina, y la até con una vieja cuerda que encontré en mi habitación. Después me senté a esperar a que se despertara, con mi revolver en la mano. Giré el tambor hasta familiarizarme con el cautivador sonido que emitía. Creo que pasaron unas horas.
De pronto, al sonido del tambor se añadió un leve gemido ¡Por fin había despertado!
Pude ver cómo abría los ojos lentamente, y cómo, al verme, intentaba gritar con todas sus fuerzas.
Yo la miraba en silencio, mientras ella intentaba entender y asimilar la situación. También pude ver la primera lágrima caer por su rostro. Creo que intentaba decirme algo.
-Mira en lo que me has convertido. – Le dije.
Ella negaba con la cabeza. Su desesperación aumentó al ver mi revolver.
Con una mirada triunfante, pues me sentía superior a ella, a una Diosa, acerqué el revolver a su cabeza.
Ella seguía negando con la cabeza, llorando más y más. Miraba al cielo como pidiendo ayuda. Se agitaba.
Me miró fijamente, sólo durante un segundo, pero me miró. La miré.
-No puedo seguir así, no quiero seguir así. – Dije
Sonreí y apreté el gatillo. Silencio.

...

lunes, 7 de febrero de 2011

Amigos imaginarios



A veces, por momentos, me siento extraño en este mundo. Una estúpida sensación, pues no hay nada más natural que ser parte de esta camada de seres autodestructivos adoradores de deidades varias, preocupados por la eternidad cuando aún no han llegado a fin de mes. Es en esos momentos en los que echo de menos tener también un amigo imaginario con super poderes para poder rogarle que baje de su ostentoso trono y nos extermine con sus propias manos, a modo de castigo divino. La de risas que me echaría si eso llegase a suceder.
Pero, a sabiendas de que eso nunca sucederá -pues, como digo, no poseo la capacidad de inventar algo tan grande-, sigo abriendo como platos los ojos mientras mi boca se arquea hacia un lado cuando llega a mis oídos alguna de estas noticias o anécdotas que rozan lo absurdo, pero que millones de personas adoptan como Padre -muy- Nuestro, sin siquiera cuestionar, razonar o, perdóneme usted, pensar sobre ello.
En clase, siendo niños, no deberían mandar, como tarea para casa, hacer dos multiplicaciones y cuatro restas. Primero deberían cerciorarse de que, al menos, y para poder aprobar, los niños pensasen cinco minutos al día. Luego ya que multipliquen.

Seguramente el mundo sería un lugar un poco mejor, y yo no me sentiría tan extraño determinados días.

viernes, 4 de febrero de 2011

El peso de los sueños



Y, una vez hecha la cama, no se volvieron a ver. Aquello solo fue un error. Nadie les dijo que estaban hechos el uno para el otro.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Laberinto


Intenté reunir fuerzas para decir lo que no debía, pero no pude. Me senté ante el laberinto hecho con el material con el que dañas y decidí no moverme.
No lo sabes, y parece que no te importa. Pero ahí me quedé. Días, semanas, posiblemente meses. Y no me moví.
¿Para qué entrar en ese laberinto si acabaría volviéndome loco buscando una salida?

De nada me sirve andar descalzo por las espinas de tus rosas, que un día son suaves y otros ásperas y cortantes. Ya escarmenté, pero no importa, soy un animal de costumbres. Ya volé y ya aterricé.
Y de nuevo ante ese laberinto sigo dolido.

Me volví de hierro, y le di a los demás mi caparazón. Sus daños y dolores son mis daños y dolores, pero los míos no son suyos. De nadie. Sólo míos y vacíos. Creo que es justo.

Me preocupé tanto por lo ajeno que olvidé lo propio y me olvidé. Y me olvidaron.
Y de nuevo ante ese laberinto sigo dolido, y olvidado.

Mi cabeza sigue alta, ella no entiende de qué hablo. Quizá me dañen, pero ellos no son dañados. Soy su escudo. Son mi lanza. Es lo más justo.
Uno por todos, y nadie para uno.
Golpéame, te seguiré queriendo; triste, dolido y olvidado.

martes, 1 de febrero de 2011

Febrero en la retina


Cáncer pulmonar en fase terminal. Con esas palabras, un lunes por la mañana, puedes empezar a hacer un dibujo de cómo será tu semana. La misma semana que esos seres con bata blanca decían que me quedaba de vida.
Con el escepticismo y desgana característicos de ese día de la semana, me incliné hacia la mesa desde donde el Doctor Fernández me hablaba y pregunté:
-¿Está usted seguro?
No alcancé a escuchar su razonamiento ya que su cara de incredulidad, parecida a la mía, fue más clara que sus palabras.
He de reconocer que mis primeros pensamientos en ese fatídico momento fueron de rabia; tenía entradas para un concierto de Roger Waters el mes que entraba.
De vuelta a casa, mi despiste casi me hace atropellar a otro animal, no sé si de dos o cuatro patas. Sonreí.
Ya en mi hogar, mi hijo me miró analíticamente, como si ya sospechase algo. Yo, sin embargo, dirigí mi mirada hacia él como el que dirige la mirada hacia un trozo de carne uniforme, antropomorfo y aún con vida; con indiferencia.
Mi señora esposa también se encontraba en la habitación, pero a ella ni la miré.
Encendí un cigarro con tranquilidad, mientras sus miradas claramente inquietas escrutaban mi cuerpo.
-Cáncer pulmonar en fase terminal.- Les jodí la semana.
Acto seguido di una calada para que tuvieran tiempo para pensar en cómo desolarse y cómo consolarme.
La materia cárnica me abrazó entre sollozos. Yo seguía fumando.
Y seguí, hasta que una buena tarde, cinco días después, la muerte me sobrevino, escondida entre el hielo del coñac. Por fin.