miércoles, 12 de enero de 2011

Inestabilidad



Siempre consideré su vida perfecta. Y por unos minutos, esos que compartía con ella de vez en cuando, también hacía la mía perfecta.
Supongo que es difícil determinar qué la hacía tan especial y por eso me desvelaba pensando en ello.
¿Su sonrisa? Era la bombilla de su rostro. La iluminaba, la encendía, me encendía. Cambiaba todo alrededor o, más concretamente, lo eliminaba. Decía que no le gustaba, pero obviamente mentía. Cosas de la modestia.
Yo asistía silencioso a ese espectáculo día a día, disfrutándolo sin hacerlo notar, provocando risas. Qué egoísta por mi parte.

Su cabello oscuro y brillante sólo destacaba si lo mirabas fijamente e imaginabas que eran flecos de una cortina de oro negro, que cubría la ventana hacia la libertad por la cual quieres escapar. Era difícil disimular ante eso, pero yo suelo ser bueno en esas cosas. A veces entre palabras me perdía para decirme a mí mismo que dejara de soñar. No me gusta hacerme notar.

Sus ojos eran demasiado expresivos. Sin preguntar podías intuir su estado anímico sólo mirándola a los ojos y preguntándote si eran de verdad. Eran grandes y oscuros. Grandes como su simpatía y alegría. Grandes como mis ganas.
Iluminados si reían... y más iluminados si lloraban. Suena cruel, pero me gustaba verla llorar. Su belleza no decaía, y se mantenía firme e imperecedera ante los tristes hechos que la acontecían.

Era genial mantener una conversación con ella, pues su aparente alegría se transmitía con una increíble velocidad, y sólo recordabas que era una mortal cuando soltaba esos grititos o esas palabras tan malsonantes.

Su corazón era grande, pensaba siempre en todos, sin olvidarse a ella misma, e intentaba hacer mejor la vida de los demás. Gozaba de una estupenda simpatía, aunque era pésima en la empatía. No importaba, no lo necesita.

Sus problemas serios –que los tenía, y mucho-, pasaban a un segundo plano ante los problemas típicos de adolescencia y amoríos baratos, y por eso me permito el no comentar nada de ellos, como ella hacía. Así su vida parece perfecta, y quiero pensar que lo es. Creo que lo merece.

Nunca me atreví a declararle mi amor, por temor a su reacción, o a la mía. Quizás hubiera sido conveniente, o quizás no. Me gusta vivir con la duda.
Nunca me atreví porque ella no quería eso, aunque luego no lo demostrara.
No. Nunca me atreví por miedo. Yo era demasiado inferior a ella. Y mi seguridad era muy inferior a mí.

Quizás su vida habría dejado de ser perfecta. No quiero cargar con ello.

5 comentarios:

  1. Waau.. excelente.
    Quién escribe esto?

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  2. Esta entrada me representa, solo puedo decir que está llena de algo, no se decirte el qué, pero rebosa. Un saludo.

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  3. Es hermosisimo,se lleva el mejor premio jamas inventado, el del corazon :)

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